La historia y los vestigios de pueblos pasados y el presente de las especies que hoy habitan en este paraje natural se dan la mano en el Parque Natural del Estrecho
Por Colectivo Brezo: M. Colorado, J. Muñoz, E. Emberley, A. Benítez y F. Aragón
Nada más abandonar la carretera nacional 340 en el cruce hacia Bolonia cualquier espíritu medianamente sensible percibe que estamos entrando en un lugar especial, en un paraje casi mágico, excepcional. El valle en el que nos encontramos se encajona entre la Loma de San Bartolomé al Este y la Sierra de la Plata al Oeste y acaba en la maravillosa playa de Bolonia al Sur.
Estamos en pleno Parque Natural del Estrecho y nos dirigimos hacia los llamativos cortados de la sierra mientras nos sobrevuela un puñado de buitres leonados, auténticos reyes de este entorno, que tienen en estos riscos un inmejorable hábitat para establecer sus colonias de cría y residencia permanente.
La sierra se ubica en el término municipal de Tarifa y aunque su altitud no es muy destacada (458 metros en su máxima altura) su aspecto agreste llama la atención desde la lejanía. No existen indicios de minas de plata en toda la extensión serrana ni en sus inmediatas cercanías, por lo que el topónimo es muy posible que se deba a los reflejos plateados de determinados afloramientos rocosos que brillan al incidir la luz del sol sobre ellos. Desde la Silla del Papa, el roquedal va disminuyendo de altura hasta Punta Camarinal, donde se hunde en el Estrecho de Gibraltar formando los Bajos de Camarinal, estructura rocosa subacuática que determina gran parte de la hidrodinámica de las corrientes marinas de la zona. Desde lo alto las vistas son espectaculares, divisándose la duna y la playa de Bolonia, los inmensos pinares, la loma de San Bartolomé y la suave caída de ésta hasta Punta Paloma.
Además de los buitres leonados ya mencionados, cuya colonia tiene su máximo exponente en la llamada Laja de las Algas (en los mapas podemos encontrarla también como Sarga o Zarga) podemos observar, dependiendo de la época del año, alimoches y búhos reales, incluso aves de menor tamaño tales el como el roquero solitario, el pito real ibérico, el vencejo cafre y el moro y una cohorte de currucas, petirrojos, carboneros y un larguísimo etc. Durante la migración es posible ver con vientos de levante el paso de cigüeñas blancas y negras, milanos negros, abejeros, culebreras, águilas calzadas, etc., que hacen las delicias de ornitólogos y fotógrafos de la naturaleza.
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Las condiciones favorables de este entorno hicieron que desde muy pronto estas tierras estuviesen habitadas también por los humanos, como demuestran los numerosos restos arqueológicos que encontramos por la zona. Aparte de la archiconocida ciudad romana de Baelo Claudia, podemos observar tumbas antropomorfas, dólmenes y pinturas rupestres, con especial mención a la Cueva del Moro, que contiene también el espectacular grabado de la yegua preñada y a la Peña Sacra de Ranchiles, de posible origen celta. En la cima de la sierra está el yacimiento prerromano u oppidum de la Silla del Papa, que estuvo habitado desde la Edad del Hierro hasta el siglo I a.n.e. En el siglo XVI, en el Libro de la Montería de Alfonso XI, ya se nombra esta sierra, donde se dice que era muy buena para la caza del “puerco salvaje” (jabalí) y el oso. Son comunes los restos de chozos moriscos, muros, pozos, lavaderos, bebederos de animales, etc., en parajes como la Canchorrera, los Boquetillos y el Puntal, que nos dicen que esta sierra estaba habitada durante los siglos XIX y bien entrado el XX por personas que utilizaban sus recursos, cazando y recolectando hasta casi el presente.