Las secuelas emocionales de la crisis sanitaria que asola el mundo desde principios de 2020 no solo se han dejado ver sino que, según los expertos, tardarán tiempo en superarse

Por Reyes Seijas

La salud, tal y como la define la Organización Mundial de la Salud, “es un estado completo de bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Con lo cual si alguna de las vertientes falla, no podría hablarse de buena salud. 

El pasado 11 de marzo de 2020, la OMS declaró la situación epidemiológica provocada por la enfermedad COVID-19 en el mundo como una pandemia. Desde un punto de vista global, las crisis suelen desencadenar emociones colectivas. Un impacto inesperado de estas dimensiones provoca una primera reacción de paralización y a continuación, se van sucediendo diferentes etapas que las personas atravesamos de manera conjunta. Es lo que se viene a llamar un patrón grupal. Los expertos han determinado las siguientes fases psicológicas  que viven las sociedades: antes del desastre, cuando experimentamos la vulnerabilidad; impacto, con un patrón de bloqueo ansiedad y rabia; heroísmo o rescate, con una necesidad colectiva de identificar a héroes que nos rescaten del problema; luna de miel, con cierto optimismo al poco tiempo de sufrir el desastre; desilusión, cuando las ayudas no tienen el efecto deseado, se tiene sensación de abandono; y recuperación, que según los expertos lleva años tanto por el impacto emocional como económico. 

Desde que se inició la pandemia, la población mundial en masa ha sido protagonista de un cambio en la manera de vivir, que ha traído consigo la instauración de la alteración de rutinas diarias, presiones económicas, aislamiento social e incertidumbre. La preocupación viene ligada a la posibilidad de enfermar, al tiempo que pueda durar la pandemia o a qué nos deparará el futuro. Todo ello, unido al exceso de información, la rumorología o la información falsa puede hacer que nos sintamos sin control o confusos, sin saber bien qué hacer. 

Según un informe realizado el pasado mes de octubre por Andrés G. Suárez, subdirector general de Promoción, Prevención y Calidad del Ministerio de Sanidad, “los determinantes de la salud mental y de los trastornos mentales incluyen no solo características individuales y factores neurobiológicos, sino también sociales, culturales, económicos, políticos y ambientales como, entre otros, el nivel de vida, las condiciones laborales o los apoyos sociales de la comunidad”. 

La pandemia ha puesto de manifiesto sentimientos de soledad, miedo o tristeza en muchos casos y a los cerca de cien millones de contagiados en todo el mundo, se suman otras sintomatologías en la población, como el estrés, la ansiedad y la depresión. Muchas personas no han enfermado de Covid, pero de manera indirecta todos hemos sufrido y estamos sujetos al impacto psicológico. 

No obstante, el efecto directo en relación con la enfermedad se ha hecho notar sobremanera en determinados grupos, como los pacientes con Covid-19, sus familiares, allegados y convivientes; el personal sanitario; y las personas con antecedentes de trastornos mentales. 

El estrés es una reacción psicológica y física normal a las exigencias de la vida, pero cuando los desafíos son múltiples y continuados, pueden ir más allá de la propia capacidad de afrontamiento. La lucha por mantener cierta normalidad se vuelve una constante y puede ser que a pesar de lo esfuerzos, experimentemos problemas de concentración en tareas rutinarias, cambios en el apetito, dolores en el cuerpo y dificultad para dormir. Cuando estos signos se convierten en una constante, dificultando la capacidad de enfrentar con normalidad las responsabilidades normales, es el momento de pedir ayuda.  En estos casos los especialistas desaconsejan esperar a que los síntomas desaparezcan solos. 

A lo largo de 2020 se ha detectado en ciertas personas un aumento  en el consumo de alcohol o drogas, movidos por la intención de que les ayudase a sobrellevar mejor sus miedos. Cuando en realidad estas sustancias pueden hacer empeorar la ansiedad y la depresión y en el caso de contraer la Covid-19, se vean más dañadas sus funciones pulmonares y debilitado sus sistema inmunitario.

Inmersos en la tercera ola, la prolongación de la pandemia está dificultando la recuperación de muchas personas con cuadros depresivos y de ansiedad. Y la OMS ya ha pronosticado lo que ha de ser la cuarta ola: la huella psicológica y social de la pandemia en el tiempo, caracterizada por los traumas y los trastornos mentales, la crisis económica y el burnout.

Para superarlo, la perspectiva de un final que llegará debe estar presente en la mente de todos y mientras, además del esfuerzo colectivo, se requiere de un ejercicio individual constante y de una preparación personal coherente con las posibilidades que ofrezcan las circunstancias, características y posibilidades de cada uno.

LO QUE DEBES SEGUIR HACIENDO

Cuidar tu cuerpo

– Dormir suficiente

– Hacer actividad física regularmente 

– Comer de manera saludable

– Evitar el tabaco, el alcohol y las drogas

– Limitar el tiempo ante las pantallas

– Relajarte y recargar pilas

Cuidar tu mente

– Mantener la rutina normal

– Limitar tiempo de exposición a los medios de comunicación

– Mantenerse ocupado

– Conectarse con pensamientos positivos

– Usar valores morales o vida espiritual como apoyo

– Establecer prioridades

Conéctate con otras personas

– Evitar el aislamiento social

– Hacer algo por los demás

– Prestar apoyo a familiares o amigos