Los internos y trabajadores de la residencia de ancianos de San Enrique de Guadiaro han burlado al coronavirus. La anticipación y las estrictas medidas de seguridad han evitado que el Covid-19 haya causado estragos como en otros geriátricos
Por Soraya Fernández · Fotos DORO Jr.
Es como un milagro, una de esas historias positivas que en SGplus nos gusta contar. La residencia de ancianos de San Enrique de Guadiaro ha resistido al envite del Covid-19 y ninguno de sus residentes ni trabajadores se han contagiado. ¿No es maravilloso?.
Este centro geriátrico privado tiene capacidad para 40 residentes y una plantilla de 23 profesionales que lo han dado todo para que los mayores estuvieran a salvo de la pandemia y el duro confinamiento impuesto por el estado de alarma no causara estragos en su estado anímico. Han conseguido ambas cosas.
María Ríos es la directora de esta residencia, de titularidad privada. En agosto cumplirá cuatro años en el cargo durante a los que se ha enfrentado a muchos retos y momentos difíciles aunque, como ella misma reconoce a SGplus, ninguno como el coronavirus.
Asegura que la anticipación ha sido determinante en este final feliz: “Ha sido muy duro por el susto, la angustia, el miedo a que el virus entrara en la residencia, aunque nos anticipamos y decidimos cerrar las puertas el 13 de marzo, un día antes de que se decretara el estado de alarma. Desde ese día los abuelos que podían salir no lo hacen y los familiares no pueden entrar, sólo los trabajadores y bajo estrictas medidas de seguridad e higiene. La verdad es que fuimos muy rápidos en actuar y todos estamos libres de Covid según los test a los que nos han sometido. Eso fue un subidón de energía, aunque seguimos sin bajar la guardia”. Lo pudimos comprobar. Antes de acceder a las instalaciones nos rociaron con un líquido desinfectante, incluso los zapatos, y nos colocaron unas batas higiénicas. Las distancias de seguridad también son obligatorias.
Además de cerrar la residencia, los abuelos han sido reubicados en diferentes plantas del edificio. “Hicimos una sectorización de los residentes según la sintomatología. Durante este tiempo, no se han podido mover de sus respectivas plantas ni relacionarse con el resto”, asegura la directora.
También se cambió la dinámica de los trabajadores, que entran por otra puerta y se someten a un exhaustivo control de desinfección. Las instalaciones han sido sometidas además a una limpieza más intensiva.
Los abuelos pueden participar en terapias ocupacionales y recibir la visita de familiares desde primeros de junio, con los que durante estos casi tres meses de confinamiento han estado en contacto a través de teléfonos móviles y tablets, algo que ha emocionado a los protagonistas pero también a los trabajadores de este geriátrico, como ellos mismos nos han contado.
Eso sí, los abrazos y el contacto físico siguen prohibidos, algo muy duro, no sólo para los abuelos y sus seres queridos, sino también para los trabajadores. Así nos lo explica Sandra Barrionuevo, trabajadora social: “Lo más duro ha sido no poder abrazarlos en los momentos difíciles, eso lo hemos llevado muy mal”.
Los abuelos con los que ha hablado SGplus no tienen palabras suficientes para agradecer el trabajo de sus cuidadores pero la directora de la residencia nos cuenta que los verdaderos campeones son ellos: “Algunos, al principio, pensaban que lo del coronavirus sólo estaba pasando aquí y cuando les explicábamos que era una pandemia mundial no podían creerlo. Se echaban las manos a la cabeza. Decían que con lo que habían pasado en sus vidas no creían posible vivir algo así, estar como en una cárcel y no poder ver a sus seres queridos. Al margen de eso, los abuelitos se han portado muy bien. Los que están mejor cognitivamente han estado al día de lo que estaba ocurriendo, aunque no nos gustaba que lo estuviesen tanto por las noticias que salían de otras residencias”.
Eso sí, el confinamiento ha hecho mella en algunos aspectos: “El apetito lo han perdido. Algunos, los que podían salir al pueblo, decían que esto es peor que la Guerra Civil. Se han tirado tres meses sin poder pisar la calle y lo han llevado mal, aunque, afortunadamente, tenemos jardín y nos hemos ocupado y preocupado de que el confinamiento fuera lo más llevadero posible”, añade Ríos.
Confinados con ‘Duque’
Pero sin duda, la mascota de la residencia ha sido una inyección de moral. Se trata de un perro bodeguero llamado Duque. “Ha sido una alegría para ellos, sobre todo para aquellos a los que le gustan mucho el campo y los animales”.
María Rosa Rodríguez es gerocultora y nos confirma que los abuelos han llevado mal esta situación al no poder ver a sus familiares “aunque son muy buenos. Como yo digo, son niños en cuerpos grandes”.
Para ellos, los trabajadores, la directora no escatima en palabras de elogio: “Sólo puedo decir chapó por ellos. Ha sido un trabajo en equipo importante. Hemos estado todos a una para proteger a los abuelos, darles cariño y entretenerlos. Si siempre han trabajado al cien por cien, durante esta crisis han sobrepasado esa cifra con creces”.
Están a salvo
Pedro Gavira tiene 63 años y es uno de los residentes. Es de Guadiaro y se encuentra muy feliz en este centro. Nos explica que se encontraba mal, deprimido, y que desde que llegó a la residencia hace un año y medio, su vida ha cambiado para mejor. Eso sí, confiesa que ha vivido esta crisis sanitaria con mucha preocupación “por si el virus entraba aquí, aunque, gracias a Dios no ha sido así. La directora y las trabajadoras se han portado estupendamente con nosotros”.
Pedro fue caddie en Sotogrande durante su adolescencia y está deseando volver a practicar su deporte favorito en el club de golf La Cañada.
Agustín Gil es de San Enrique de Guadiaro y a sus 82 años tiene una mente muy lúcida, por lo que ha sido consciente en todo momento de la gravedad de la situación. “Aquí seguimos, confinados”, responde cuando le preguntamos cómo se encuentra.
“Jamás he vivido algo así. Me gusta estar informado y he pasado mucho miedo porque soy paciente de riesgo y sabía que si cogía el virus…”, asegura.
Lo que peor lleva Agustín es no poder bajar al pueblo a tomar un café y no poder ver y charlar con el resto de sus compañeros, al estar en diferentes plantas del edificio. “Antes salía cada mañana y veía a mi hermana en el pueblo y echaba un par de horas, pero desde marzo, nada de vida social”.
No quiere que su hermana vaya a visitarle: “Hablo con ella a diario pero le he dicho que no venga porque no puedo abrazarla. Le he dicho que espere, que ya falta menos. A ver si sacan ya una vacuna”.
Ángeles García es de La Línea de la Concepción. Se le ilumina la mirada cuando habla con nosotros y nos explica que el personal “nos ha mimado y cuidado mucho. No nos ha faltado de nada”.
Está esperando impaciente la segunda visita de su hija, a la que durante la fase dos pudo ver a través de la reja del centro y tras una ventana. “Tengo muchas ganas de verla otra vez aunque no puedo abrazarla”.