El 28 de febrero es festivo en la comunidad andaluza, pero el 4 de diciembre es considerado por muchos como el Día de Andalucía
Por Juan Casas · Fotos archivo
Para los andaluces, el 28 de febrero es un día con un fuerte sentimiento de pertenencia a su pueblo, a su familia, a su infancia. Una jornada llena de actos institucionales en todas y cada una de las 8 provincias que conforman Andalucía. En el Parlamento se iza una enorme bandera con el escudo de Hércules, sus leones y sus columnas. A lo largo de ese día se produce el nombramiento de los Hijos Predilectos de la comunidad. Y además se entregan los galardones más importantes de la región: las Medallas de Andalucía. Las banderas verdiblancas adornan infinidad de balcones y ventanales. En los colegios, los ensayos musicales llegan a su fin y se procede a la interpretación del himno andaluz con la flauta. También se les ofrece a los alumnos pan con aceite de oliva para desayunar. Los característicos patios andaluces viven su particular eclosión y se aderezan con sus mejores galas. Pero, ¿cuál es la procedencia de esta festividad? ¿Por qué ese día de febrero?
Tenemos que remontarnos al siglo pasado, concretamente hasta 1980. El 28 de febrero de aquel año, tuvo lugar el referéndum sobre la iniciativa que trataba de darle plenos derechos autonómicos a la comunidad andaluza. A lo largo de aquella jornada, desfilaron hacia las urnas casi 3 millones de personas para ejercer libremente su derecho a voto. Previamente a estos comicios, las 8 diputaciones provinciales y el 97% de los pueblos de la comunidad se mostraron a favor de la iniciativa. Y en caso favorable, esta sería llevada a cabo a través del artículo 151 de la Constitución Española de 1978. Tras el recuento, los resultados hablaron por sí solos: el 55,42% de los ciudadanos votaron a favor, mientras que el 3,41% se mostró contrario al Estatuto de Autonomía. La abstención sumó el 36,17% de los votos y en blanco se contaron el 4,48% de las papeletas. El voto nulo apenas llegó al 0,47% del total. De esta manera, aquel 28 de febrero sirvió de punto de partida para lo que sería una nueva etapa en el espectro político andaluz.
Pero no fue la única movilización popular que supuso un hito en la historia de Andalucía. Justo 3 años antes se sitúa el origen de las movilizaciones que desembocaron en el referéndum del 28F. Millones de andaluces salieron el 4 de diciembre de 1977 a las calles de las principales ciudades de la comunidad, para reclamar el Estatuto de Autonomía para su comunidad. Las convocatorias de las manifestaciones batieron las previsiones y fueron multitudinarias en lo que a priori iba a ser una jornada de reivindicación del pueblo andaluz. Pero lamentablemente no fue así. Cómo escribiera el poeta gaditano Antonio Martínez Ares, “era un 4 de diciembre cuando dijimos que verde y blanca era nuestra sangre”. Y no en sentido figurado, ya que la marcha quedó empañada por la muerte de Manuel José García Caparrós. Este malagueño de 18 años fue alcanzado por un disparo ejecutado por una desmesurada Policía Armada, mientras formaba parte de la manifestación en favor de la autonomía de Andalucía. La noticia corrió por todos los rincones y fue todo un shock en su Málaga natal y en los pueblos del resto de provincias.
Desde aquel mismo momento, Caparrós se elevó inexorablemente como un símbolo de Andalucía, a la altura del mismo Blas Infante. Un estandarte de una lucha noble y pacífica por la autonomía del pueblo andaluz. Con lo cual, el 4 de diciembre aúna condicionantes de peso para ser también considerado como el día andaluz por antonomasia. Por un lado, por ser considerado el principio del movimiento popular de la región en favor de los derechos autonómicos. Y por otro, por el fallecimiento de Manuel José García Caparrós. Un andaluz que se hizo héroe por el triste acontecimiento de pagar con la vida, un hecho tan inocente como inofensivo: ponerle voz a sus pensamientos. Todos los años se contemplan estas fechas para recordar que la comunidad autónoma no se compuso de forma aleatoria, sino que fue reclamado por los andaluces con dos armas que no tienen pólvora, pero son extremadamente infalibles: las pancartas y los votos.