Por Carlos Macías. Licenciado en Historia por la Universidad de Cádiz
La muerte del general Wladyslaw Sikorski acaeció la noche del 4 de julio de 1943, cuando el avión que lo trasladaba desde Gibraltar destino Londres, se precipitó bruscamente contra el mar a escasos segundos de iniciada la maniobra de despegue. El general Sikorski era en el momento del accidente Primer Ministro del Gobierno de Polonia en el exilio londinense y General en Jefe de las Fuerzas Armadas del país.
Por el cargo político y militar representado en la escena internacional (hasta la entrada en guerra del Ejército Rojo, Polonia fue el tercer país en número de soldados aportados a las fuerzas aliadas frente a la barbarie nazi), su carisma, impronta y defensa de los intereses de una Polonia ocupada desde 1939 a dos bandas por Alemania y la URSS; más el cariño y admiración que le mostraba el pueblo polaco que veía en su persona al garante en la reconstrucción de una Gran Polonia independiente una vez finalizado el conflicto, hizo que su inesperado deceso ocasionara una conmoción generalizada a nivel mundial, surgiendo desde prácticamente el mismo día del trágico suceso distintas teorías conspirativas, algunas más relevantes, otras más pintorescas, acerca de un posible sabotaje en el avión que transportaba al general.
Sikorski, firme opositor a las pretensiones anexionistas de Stalin sobre las regiones orientales polacas, chocaba con la aquiescencia de un Churchill pragmático respecto al tema, sabedor de la importancia que tendría la URSS en la derrota final de la Alemania de Hitler. El descubrimiento del ejército nazi, en su avance hacia Stalingrado, de las fosas comunes de Katyn en abril de 1943 (tres meses antes de la tragedia), en las que se encontraron más de 21000 cadáveres pertenecientes a las élites sociales, económicas y militares polacas dadas por desaparecidas tras la invasión comunista de 1939, enquistó aún más las relaciones con los británicos y las rompió definitivamente con los soviéticos. Churchill y Stalin responsabilizaron a Hitler de la ejecución del macabro hallazgo. A un cínico Stalin no le interesaba enemistarse con la comunidad internacional ante el interés expansionista sobre Europa oriental y un condescendiente Churchill prefería mantener contento al dictador ante la necesidad de derrotar al enemigo común. Sikorski, en su lucha por descubrir la verdad, se convertirá en una figura muy molesta para el bando aliado, decide volar hasta Oriente Próximo para arengar a las tropas polacas allí combatientes, en cuyo viaje de vuelta, previa escala técnica en Gibraltar, encontrará la muerte.
La investigación del suceso llevada a cabo por la RAF (Ejército del Aire Británico) determinará como óptimas las condiciones metereológicas para el vuelo y considerará como causa probable del accidente el sobrepeso de la aeronave que le impidió alcanzar la velocidad suficiente, en una pista de escasa longitud como la gibraltareña, para que el avión obtuviera la potencia necesaria en la maniobra de despegue, estrellándose contra el mar a los 16 segundos de dejar tierra. Se desconoce oficialmente el número exacto del pasaje, suponiendo los estudiosos el de 17 personas, incluyendo a la tripulación. Se recuperaron 11 cadáveres y hubo un único superviviente, el piloto checo Prchal, quien durante el proceso declarará que repentinamente el avión quedó sin fuerzas tras bloquearse la palanca de despegue. Se descarta la opción del sabotaje.
Sin embargo, autoridades de la época como el embajador soviético en Londres, Iván Maisky y el ministro alemán, Joseph Goebbels, acusan directamente al Gobierno británico de orquestar el siniestro. La investigación de la RAF poco rigurosa (los restos del aparato fueron enviados a Inglaterra pero nunca llegaron) y contradictoria en sus conclusiones para la opinión pública; la no desclasificación del caso como secreto hasta 2050 para acceder a los archivos; un intento de atentado contra el general en fechas cercanas; una llamada telefónica al propio Sikorski ofreciéndole un parlamentario inglés otro avión en el que trasladarse, más el descubrimiento de rocambolescas coincidencias tal que del pasaje sólo el piloto Prchal, (cuya experiencia tripulando el modelo de aeronave accidentada era escasa), y a la postre único superviviente, llevaba el chaleco salvavidas, cuando por superstición nunca lo vestía; la extraña aparición momentos antes de partir de El Cairo a Gibraltar de un parlamentario y dos ciudadanos británicos requiriendo que les dejaran embarcar ya que les urgía el regreso a Londres. Del parlamentario apareció el cadáver en la operación de rescate, de los civiles jamás se encontraron sus cuerpos y a posteriori se supo que emplearon documentación falsa en la identificación; que el responsable británico de las operaciones de espionaje en la península ibérica y experto en sabotaje, Kim Philby, resultara ser un doble agente al servicio de la URSS, país del que se confirmó la estancia de espías durante esos días en el Peñón, han dado lugar a una abundante bibliografía y han desatado diversas teorías conspirativas, en las que se señala a británicos, soviéticos e incluso a la oposición polaca, partidaria de una política más beligerante contra Stalin, como responsables del acaecimiento. Rizando el rizo y entrando de lleno en el sensacionalismo, en 1968 se estrenaría en Londres con gran escándalo entre los asistentes la obra de teatro “Soldados, un obituario de Ginebra” del alemán Rolf Hochhuth, en la que en una de las escenas, para estremecimiento del respetable, se acusa a Churchill del asesinato de Sikorski y al piloto Prchal de participar en el complot. Hochhutch basaba la obra en un libro escrito un año antes por el historiador inglés David Irving, negacionista del Holocausto.
En 2008, el Gobierno polaco iniciaba una investigación oficial en la que llegó a exhumarse el cuerpo del general y varios de sus acompañantes en busca de pruebas que aclararan el motivo de la catástrofe, llegando a la conclusión que no había evidencia científica que indicara que fuera una acción conspirativa. Accidente o sabotaje, lo que es cierto es que con la muerte de Sikorski desaparecía un personaje incómodo que no encajaba en un mundo que pretendía por encima de todo la victoria aliada ante el nazismo.