Vanguardias artísticas, pintura fantástica, paisajes oníricos, mitos griegos… Todos estos referentes se unen en un artista inesperado: Luis Ortega Bru

Por Jesús Quintanilla · Fotos cedidas

Quien no conozca al escultor sanroqueño, debería adentrarse en una de las grandes figuras artísticas del Campo de Gibraltar. Quien le conozca, lo más probable es que lo vincule a la imaginería cofrade. Es lógico, su obra más destacada y el grueso de ella está dedicada a las tallas religiosas. Quien le conozca algo más en profundidad, conocerá sus creaciones: los apóstoles de los Terceros, la Piedad de San Roque, Santa Marta, el cristo del Baratillo de Sevilla, las Angustias de La Línea. 

Por otro lado, hay obras de grandes creadores que son pequeñitas, modestas, resguardadas, pero dicen tanto de su vida y de su arte que las más inmensas y reconocidas. En el caso del escultor sanroqueño hay facetas poco divulgadas que son menores en su vasta obra pero muy significativas. 

La trayectoria pictórica de Ortega Bru y, concretamente, sus pinturas fantásticas están ahí en un rincón de su creación. Es una remota isla en el mapa de su obra. Pero autores como Andrés Luque o Antonio Pérez Girón han navegado hasta descubrirlas y explorarlas. 

Paisajes sin gubia

Sus evangelistas de grandes manos, sus tallas ultrabarrocas y contundentes, esas grandes proporciones sobre grandes tronos o al cobijo de iglesias centenarias llaman más la atención que sus pinturas crípticas enmarcadas en pequeños formatos. Pero tienen mucho en común.

Humilde, callado, enjuto, delgado… Así se ha descrito en ocasiones la figura de Ortega Bru. Contrastan esas descripciones con un estilo valiente y vigoroso. Es además, un explorador heterogéneo que ha probado diferentes técnicas, que se ha adentrado en el surrealismo, en el cubismo… y todas sus obras, por muy distanciadas que estén en técnica o estilo, destilan un gran misterio, ya sea en la representación del mito de Caronte o en el gesto de San Andrés.

Destaca en sus dibujos la importancia del paisaje. Ya no tiene una gubia que talle anatomías. Sobre el lienzo no se centra en las figuras sino en la creación de todo un universo. Levanta auténticos escenarios de pesadilla, paisajes oscuros con personajes torturados, abismos y grandes dimensiones que parecen sacados de la imaginación de Jorge Luis Borges. Cualquiera de estos dibujos bien podrían poblar relatos de ciencia ficción y de literatura fantástica de su época. 

Las pinturas fantásticas de Ortega Bru parecen escenificar un tormento interior. Mucho se ha hablado de que su vida ha estado marcada por el asesinato de sus padres y otros trágicos sucesos que han podido ahondar en ese tormento del escultor. Con carácter y con una inmensa capacidad artística, todo su universo interior se trasvasa a su obra. Y a esta ecuación habría que añadirle otro elemento: el misticismo.

Místicos y vanguardistas

En España, de místicos vamos sobrados. No hay que remontarse a San Juan de la Cruz, entre los autores vanguardistas españoles del siglo XX hay mucho místico. 

A Salvador Dalí le gustaba coquetear con lo material y lo mundano, fue artista pop antes del pop, pero los elementos religiosos son parte ineludible de su obra. Incluso dedicó una etapa de su vida al misticismo nuclear, lo que él entendía como una conexión entre el misticismo religioso y la ciencia.

Y para místico, otro andaluz: José Val del Omar. Pura vanguardia cinematográfica. Es más, uno de los autores más vanguardistas que ha dado el cine mundial. Además de cineasta era inventor y sus innovaciones tecnológicas las aplicaba a sus creaciones dando lugar a auténticas epifanías cinematográficas.

El tríptico elemental de Val del Omar, el misticismo nuclear de Dalí y las pinturas de Ortega Bru, además de coetáneas, rompen con la imagen conservadora e inmovilista de la religión. Y también han servido como ejemplo de cómo la mística, la vanguardia y la ciencia pueden ir perfectamente de la mano. Tanto el arte como la religión son un intento de conectar con Dios.