Se oye mucho por ahí: “Me siento bajo de ánimo estos días”. “Es normal”, dicen algunos, “con la que está cayendo”- ¿Es normal?
Como tal vez nunca, la vida nos está obligando a enfrentarnos a nuestras “sombras”, o sea, a nuestras discordias internas. En una situación en la que estamos prácticamente confinados, no podemos huir más de nosotros mismos, es decir, no conseguimos engañarnos tan fácilmente, ya que no tenemos apenas distracciones con las que taparnos ojos y corazón, para no darnos cuenta de nuestra existencia.
El desánimo que sentimos está dentro de nosotros y es ahí, solamente ahí dentro, donde podemos encontrar la motivación para vivir, trabajar, estudiar, escribir, leer o relacionarnos. Si hubiéramos aprendido a vivir conscientemente cada momento, sabríamos de sobra que a veces nos sentimos con alegría y fuerza, otras de “bajón” y otras “ni fu ni fa”. Si hubiéramos aprendido que la vida nos reta constantemente con adversidades, y que no todo en la vida depende de nosotros, sabríamos que ante las situaciones adversas lo único que podemos hacer es mirar con serenidad qué soluciones posibles están a nuestro alcance. Digamos que, sabríamos rendirnos a lo que no podemos cambiar.
Pero no hemos aprendido a rendirnos a la vida, vivir el momento y tomar las adversidades con una actitud de aceptación. Nuestra cultura va de “más y más”, de no parar, de crecimiento lineal, de ganar, de rendir. ¿O acaso alguien ha tenido un maestro en la escuela que le dijo que los “fracasos”, como puede ser un 4 en un examen, son una oportunidad para aprender, para rectificar? ¿Acaso alguien nos ha contado alguna vez que nuestros errores son nuestros mejores maestros? ¿Alguien nos ha enseñado a tomarse un descanso y regalarse un poco de tiempo para “no hacer nada” a lo largo del día, un rato para simplemente tumbarse y mirar el cielo, respirar profundamente, escuchar música?
No, nuestra diversión está programada: dos vacaciones al año, viernes y sábados para salir, beber y desmadrarse. El resto del tiempo: trabajar, estudiar, actividad sin cesar. Actividad y distracción. Durante las comidas, la tele, durante las tareas, música de fondo, la radio – nunca el silencio, y la música es para llenar el silencio, no para escucharla. No estamos preparados para el silencio. Ni para la inactividad.
Las situaciones que vivimos en estos momentos nos están sacando del hábito de la distracción permanente. Nos están “cortando el rollo” en una vida social en la que es casi obligatorio ir siempre de alegre, de guay, de buen rollo, “de marcha”. Ahora, cuando de repente nos han quitado la oportunidad de sumergirnos en la hiperactividad y la hiper-distracción, nos planteamos inevitablemente: ¿qué hago con mi vida? ¿Ahora qué?
En muchos casos, el desánimo aparece cuando no aceptamos el cambio. En vez de acogerlo y aprender la lección, nos venimos abajo y nos quejamos. Mientras que estamos en la queja, no afrontamos nuestro propio dolor interno por la pérdida, aunque sea del hábito de vida. “Qué hartura de gobierno”, “la culpa es de la gente que no respeta”… – hay infinidad de argumentos que nos permiten no conectar con nuestro propio mal interior. La queja mirada desde esta perspectiva es otra “herramienta” más de distracción.
Ahora bien, a largo plazo la amargura no nos hará bien y no nos devolverá las ganas de vivir. El ánimo y la motivación para vivir y tomar las riendas de nuestra vida requiere un ejercicio de escucha interna y es ahora cuando tenemos la oportunidad y casi obligación, de comenzar a practicarlo.