“La familia es el mejor refugio, la mejor proyección de uno mismo”
El pasado, el presente y el futuro de Sotogrande concentrados en una mujer proactiva y entregada al estudio, el entendimiento y la divulgación del ser humano en su más amplia existencia
Por Reyes Seijas · Fotos cedidas
La mente y el corazón de Alejandra Vallejo-Nágera Zóbel son con toda probabilidad de esos pocos privilegiados que custodian la verdadera esencia de lo que fueron los orígenes de Sotogrande. A través de las vivencias experimentadas desde el propio seno de la familia que puso en marcha la urbanización, se empezaba a proyectar la mujer que es hoy.
Su pasado y su presente la convierten en la protagonista perfecta de esta sección. Hija del reconocido psiquiatra y escritor, Juan Antonio Vallejo-Nágera Botas y de María Victoria Zóbel de Ayala, Alejandra es todo un referente en el campo de la psicología aplicada a la comunicación. Docente en el Instituto de Empresa, en el ESIC y en la Facultad de Medicina de la UAM y profesora titulada del programa Mindfulness Based Stress Reduction; especialista en terapias de Neurofeedback, Biofeedback y EMDR; e investigadora y formadora en el instituto Coca-Cola de la Felicidad y miembro del equipo del Centro Médico Quirúrgico de Enfermedades Digestivas CMED. Además, es colaboradora semanal en el programa Saber Vivir de TVE y de Gente Despierta de RNE; conferenciante, articulista y escritora de libros de psicología e historia.
Para ella Sotogrande forma parte de sus raíces y solo guarda “buenos recuerdos”. Desde que tenía seis años ha sido destino familiar habitual en vacaciones. La de sus padres fue de las primeras casas construidas y las demás, de la familia. “Teníamos un clan de primos y vivíamos de un modo muy libre, bici va, bici viene”, nos contaba. Añorada etapa en la que ya despuntaba por su gusto y afición por la lectura. “En aquella época leía los libros de Los Cinco, de Enyd Blyton. Pues la libertad de la que gozaban estos personajes se parecía bastante a la nuestra. No había tantos misterios que resolver como en estos libros, pero de alguna manera nos los inventábamos”, explicaba a SGplus.
Su familia fue pionera en la planificación de un proyecto que se adelantó a su tiempo. “Los españoles de entonces no estaban acostumbrados a un concepto tan americano, donde el entonces Paseo del Parque tenía dos carriles y una calidad de asfalto impresionante, comparados con las carreteras nacionales de un solo carril y un asfaltado deficiente”, contaba. Y del Sotogrande que conocemos hoy no duda en destacar su comodidad, belleza, y cuidado.
La premisa aquella de que en gran medida somos de adultos el espejo de los que vivimos en casa, bien podría personificarse en Alejandra, que atribuye a sus padres el haberle permitido aprender a ser quién es y caerse bien a sí misma. “Eso me permite no tener ningún miedo a la soledad, que es uno de los miedos más comunes a los tiempos que corren. De ahí que se busque con tal ahínco la hiperconexión a través de las redes sociales”.
Para la autora de La edad del pavo, “la familia es el mejor refugio, la mejor proyección de uno mismo, el lugar donde se puede aprender a compartir, a amar y a respetar”. Por lo que no es de extrañar que de ese sólido pilar, extrajera las armas necesarias para vencer la timidez que le turbaba en la infancia. Paradojas de la vida, parte importante de su vida profesional pasa por hablar en público.
La profesión de su padre condicionó la decisión de enfocar su vida profesional en la psicología. Sin embargo, contaba, “al principio no quise estudiar psicología clínica. Había leído un libro que se titula `Los persuasores ocultos´ que me tenía fascinada. Quise ser una persuasora de ésas y me sumergí en el mundo de la publicidad, donde aprendí muchas cosas de las que ahora ampara el neuromarketing -impulsos inconscientes, deseos subyacentes, seducir, llevar a la gente a adquirir algo que no tenía previsto-”. Pero con los años se dio cuenta de que no era lo suyo, puesto que se reconoce muy poco consumista y ejemplo de ello es el Nissan Micra que conduce desde hace más de 15 años. “No tengo el menor interés en cambiarlo”.
No cabe duda de que Alejandra disfruta con su trabajo y asegura que lo que más le gusta es “comprobar que el sufrimiento tiene alivio. Es una fuente inagotable de observación y aprendizaje, con lo cual creo que moriré con las botas puestas. Me encanta la idea”. Además se enorgullece de haber aprendido con los años a “soltar, a entender que nada permanece y a sufrir lo menos posible cuando algo acaba”. Un pensamiento evolutivo que le permite aceptar que cada cual puede y debe ser “como le plazca”. “Me he vuelto muy independiente y al mismo tiempo me encanta estar con personas afines a mí”, añadía.
Entre aquellos que han marcado especialmente su vida están su padre y su tío, el pintor Fernádo Zóbel, “que eran un manantial de sabiduría y buen rollo”. Y aunque nunca se lo ha llegado a decir, su tío Alfonso Zóbel, a quien define como “la persona más exquisita, sensible, generosa, espiritual y bondadosa que conozco, además de un gran conversador”. Bondad, precisamente la cualidad que más valora en el ser humano y para ella signo de la más alta inteligencia.
Cuando hablamos sobre la pandemia reconoce que no le ha afectado demasiado, gracias a su carácter casero y reposado. Aunque admite que echa de menos las clases presenciales en la universidad, por la “transferencia que se generaba entre alumnos y la participación bulliciosa”. Para ella un aspecto positivo de esta nueva realidad radica en aquellos que han aprendido a priorizar y “se han dado cuenta de lo enfermos que se estaban poniendo con la prisa continua, con la búsqueda de la inmediatez como si la vida fuese café instantáneo”. Aunque lamenta que abunden más aquellos que se empecinan en volver a lo que teníamos, a esa hiperactividad, al ruido y a salir de sus casas, “porque no han logrado convertirlas en verdadero hogar”.
Reflexionando sobre la vida, el ser humano, la evolución, la neurociencia o la meditación, entre un largo etcétera, podríamos estar hablando horas con Alejandra Vallejo-Nágera. Una mujer brillante, a la que le superan las malas formas, la violencia, la zafiedad y la vulgaridad. Mientras el senderismo y el contacto con la naturaleza constituyen su mayor disfrute.