Por OLIMPIA TARDÁ, gerente del internacional montessori school Psicóloga infantil, especialista en coaching familiar

Padres y educadores podemos ayudar a nuestros hijos y alumnos a aprender mejor si conocemos algo más sobre nuestro cerebro y cómo funciona. 

La capacidad de aprendizaje se basa en la plasticidad cerebral y dicha plasticidad depende de cuánto usamos nuestro cerebro.  A los pocos días de nacer ya contamos con miles de millones  de neuronas que pueden conectarse unas con otras cada vez que aprendemos algo nuevo, así pueden llegar a crearse  millones de conexiones sinápticas. Durante la primera infancia es donde tiene lugar la mayor explosión de estas conexiones, por ello, el niño pequeño aprende de manera tan rápida y absorbe todo lo que puede de su ambiente. Esto es lo que en palabras de María Montessori se conoce como la mente absorbente del niño. Se trata de una capacidad  que el niño de 0 a 3 años tiene de aprender de manera involuntaria e inconsciente  a través de su interacción con el entorno que le rodea, y que en la etapa de 3 a 6 años  se produce de forma mucho más consciente, permitiendo al niño asimilar estas experiencias e integrarlas para ir construyendo su propia inteligencia y  personalidad. Por ello estos años correspondientes a la educación infantil tienen tanta importancia desde el punto de vista educativo. Son donde se sienta la base de todo el desarrollo posterior y en él tienen lugar grandes hitos de desarrollo en áreas como el lenguaje, las relaciones sociales, el movimiento y el desarrollo de los sentidos. Sin embargo, hoy sabemos que el cerebro sigue aprendiendo durante toda la vida y que cada vez que aprendemos  algo,  nuestro cerebro cambia. Estamos construyendo nuestro cerebro a lo largo de toda nuestra vida. Nuestra inteligencia no es inamovible, se puede mejorar siempre. Y lo mismo ocurre con nuestra personalidad. Nacemos con un temperamento marcado por los genes, pero mediante el aprendizaje podemos incorporar nuevas habilidades y hábitos que modulen nuestro carácter y configuremos nuestro propio plan de vida y crecimiento personal. 

La alimentación saludable;  la práctica regular de ejercicio físico;  el descanso, dormir  especialmente tras el aprendizaje favorece la memoria y la integración de los nuevos contenidos;  entrenar la memoria de trabajo , ésta es la  que nos hace razonar, pensar, tomar decisiones, resolver problemas ; guiar el aprendizaje con preguntas motiva, centra la atención y favorece el aprendizaje autónomo; emoción, dice J. Ramón Gamo, neuropsicólogo infantil que “para aprender hay que emocionarse, lo que no nos emociona no existe en nuestra memoria ni en nuestro mundo mental. Vivimos nuestras experiencias y las guardamos en nuestra memoria  gracias a la emoción que acompaña a todo acto y a toda vivencia. Es el origen de todo recuerdo, creencia y conducta que hemos aprendido. Si queremos cambiar nuestra vida hagámonos cargo de nuestra forma de percibir y gestionar las emociones”. Y por último siguiendo a dicho autor, “el cerebro es un órgano social que aprende haciendo cosas con otras personas”.