Su vida, el golf y el Real Club de Golf de Sotogrande, el escenario por el que un día el golfista madrileño decidió dejar los campeonatos, para enseñar a cientos de alumnos

Por Reyes Seijas · Cedidas por Teodoro González

La historia de Sotogrande comenzó el día en que Joseph McMicking tuvo la certera idea de desarrollar en este enclave sanroqueño la zona residencial más exclusiva de Europa. Cerca de seis décadas después, el proyecto que cambió el rumbo de esta zona geográfica, continúa latiendo y guarda numerosas historias familiares que traspasan generaciones, profesiones y orígenes.

Al fin y al cabo la historia de un lugar la escriben las personas con sus decisiones, sus actos y el modo en que resuelven experiencias de vida que con los años se convertirán en recuerdos. De todos esos protagonistas que han hecho de Sotogrande lo que es hoy, en esta ocasión hemos querido detenernos en Teodoro González Martínez, profesional del golf y uno de los profesores más queridos y recordados del Real Club de Golf de Sotogrande. 

La vinculación con Sotogrande del golfista de origen madrileño comenzó el día en que, ya habiendo desarrollado parte de su carrera en el Real Club Puerta de Hierro de Madrid y estando con su familia en el Club de Golf Costa de Azahar de Castellón le llegó la oferta del entonces único campo de golf de San Roque. Y tras rechazar otra oferta en Sudamérica, decidió coger las maletas con su mujer y sus dos hijos e iniciar una nueva etapa profesional como docente. 

Hoy, con 88 años y a pesar de que goza de muy buen estado de salud, el relato de esa trayectoria volcada al doscientos por cien en enseñar a jugar al golf nos la cuenta Juan Carlos, uno de sus hijos. De la conversación con él se desgrana vocación, compromiso y gratitud, tres palabras que resumen el relato profesional de Teodoro y el sentimiento colectivo de tantos como han pasado por sus clases e incluso de aquellos que no tuvieron la oportunidad de conocerlo, pero cuyo aprecio les viene del cariño transmitido por terceros. Como, según cuenta Juan Carlos, es el caso del actual director del club Agustín Mazarrasa, entre tantos otros. 

El vínculo profesional de Teodoro con el RCGS abarcó desde 1973 hasta su jubilación y durante todos esos años trabajó de sol a sol, en la que para él era la apasionante tarea de enseñar todo lo que sabía sobre el golf, la técnica y su perfeccionamiento. Desde el primer momento, supo apreciar el privilegio que suponía trabajar en un club de esa categoría y los beneficios que el entorno idílico que le rodeaba suponía también para su familia.

Sin distinción de edades -su hijo recuerda que él siempre decía que mientras pudiesen levantar el palo, podía enseñarles- y con la férrea voluntad de adaptarse siempre a las necesidades de los socios del club, por sus clases tanto individuales como colectivas han pasado infinidad de alumnos, de los cuales la familia ha preferido no especificar nombre y apellidos en señal de respeto a su intimidad. 

Rara vez dio clases de una hora, normalmente eran de media y lo primero que hacía era observar y analizar al alumno, sus palos y el swing tirando bolas. Lo que le permitía determinar con rápida decisión dónde estaba el fallo y cómo hacerlo mejorar, ante el asombro del alumno. Especialmente en vacaciones llegaban socios de Madrid y querían cogerle todo el mes de clases y él se negaba. Decía que era por el bien de ambos, nos explicaba el hijo. Su teoría era que para poder ayudarles, en tres clases debía detectar dónde estaba el error del swing y así poder subsanarlo. Y cuando se trataba de clases en grupo, deparaba en dar a cada uno lo que necesitaba y más le gustaba, con el fin de motivarlos, buscando el movimiento específico de cada aprendiz. Pero lo que sin duda caracterizó la forma de enseñar de Teodoro fue el desarrollo de su técnica particular, que le permitía guiar e instruir a sus alumnos mediante dos palos. No era el clásico profesor y nunca tocaba al golfista.  

Las oportunidades que le brindaban a menudo los socios para jugar y disfrutar del campo de golf no le faltaron, ofrecimientos que él solía declinar por cumplir con su compromiso con cada clase. Porque como describe su hijo: “su alma máter, su motor, su gasolina siempre ha sido el alumno”.  Y cuando terminaba el verano muchos se iban de Sotogrande con el swing arreglado. 

Teodoro González pudo haber continuado con una carrera profesional prometedora, pero su vocación por la docencia le regaló otra vida llena de satisfacciones, en la que ayudó tanto a alumnos como a compañeros de profesión. De aquella época, recuerda Juan Carlos, a Juan Zumaquero, Juan Quirós, Manolo Ocaña, Juan Franco, Paco Herrera o Juan Antonio Marín, actual profesor en el RCGS.

En su última etapa se implicó activamente en ayudar a jóvenes aficionados al golf de La Cañada que, al igual que su otro hijo, tenían síndrome de down. Y el colofón a su carrera en el RCGS vino con su jubilación, cuando el propio club le organizó un homenaje de despedida, con Pro-Am incluido, estando de presidente José Antonio Polanco y donde también estuvieron presentes otros referentes del mundo del golf, como Emma Villacieros. “Vinieron profesionales de la Real Federación Española de Golf, como Manolo Ballesteros. Era de agradecer que se volcaran como lo hicieron en aquel momento todos los profesionales que vinieron”, recordaba Juan Carlos.

Hoy muchos de aquellos alumnos que Teodoro cogió desde pequeños se interesan por su estado de salud. En el camino, numerosas anécdotas dejan buena muestra de la categoría profesional de un hombre que siempre ha amado el golf y la docencia. Una labor profesional que desempeñó con absoluta implicación en el legendario club de golf, donde tuvo la oportunidad de coincidir con distintos directores y presidentes que quisieron reconocer su impecable labor en su homenaje. Como evocaba el inolvidable Severiano Ballesteros: el golf no es solo un deporte, sino una forma de vida. Justo lo que Teodoro González ha promulgado con su propio ejemplo.