Hace unos días ha fallecido Humberto Maturana, biólogo, filósofo y escritor chileno, Premio Nacional de Ciencias y muy reconocido en distintas partes del mundo por sus investigaciones sobre ciencia y por sus estudios sobre la educación y la infancia. Para los que trabajamos en el mundo educativo y pensamos que la educación es algo más trascendente que enseñar contenidos, encontramos en sus palabras una gran fuente de inspiración y aprendizaje.
En una charla dada a educadores hace unos años decía “Amar educa” y definía el amar como el espacio en el que acogemos al otro, lo dejamos aparecer, en el que escuchamos lo que dice sin negarlo desde un prejuicio, supuesto o teoría. Así, nuestros hijos e hijas se van a transformar en personas autónomas, que reflexionan, preguntan, deciden por sí mismas. El poder escoger lo que se hace brinda la oportunidad de tomar decisiones. Obedecer no le gusta a nadie, es una negación de sí mismo, sin embargo, colaborar sí. A todos nos gusta colaborar porque en ese caso tengo la opción de elegir.
Asimismo, señalaba que la educación es una transformación en la convivencia, los papás y educadores se transformarán con los niños y éstos con los adultos con los que conviven. Este espacio de convivencia tiene que ser tal que permita a los niños crecer como seres humanos, responsables social y ecológicamente, conscientes, que se respeten a sí mismos y a los demás. El elemento fundamental es el amor, la ternura y la escucha a los niños. Tener tiempo para contestar, ser honestos con ellos, no mentirles. No hay preguntas tontas, hay algo que no saben y quieren saber y eso es siempre respetable. Así, el futuro de la sociedad no son los niños, sino que somos los mayores con los que los niños se van a transformar.
Cuando veo imágenes como las que se han visto estos día de macrofiestas, botellones… con el fin del estado de alarma, no puedo más que hacer una primera reflexión que intenta justificarlo abogando a la juventud, la creencia de ser inmune a todo propia de la edad, al efecto emocional que crean las masas. Si lo analizo más en profundidad, observo claramente una falta tremenda de responsabilidad y empatía. Como ya nos dejan, pues lo hacemos. Por tanto yo no soy responsable, derivo la responsabilidad a otro. Tal como el señor Maturana nos dice, “Amar educa” y creo que tenemos que amar más, y esto pasa por hacernos algunas preguntas. ¿Estamos siendo los adultos las personas que nuestros hijos y alumnos necesitan para su futuro?, ¿estamos creando ese espacio de convivencia para que se transformen en personas respetables y que respetan?